Lo debido y el deber. Lo mismo de siempre. Somos seres sociales, y como consecuencia de ello, no estamos exentos de ser escrutados por el otro. Vivimos en sociedad. Con otro. Un ser ajeno que te mira, te observa y condiciona tu actuar. Condiciones, límites, falta de libertad.
Será que nunca me pregunto el porque de algunas cosas, pero… Siempre la acción que tiene primacía sobre nuestros actos es la de pensar. Debemos pensar. Pensar antes de hablar, pensar antes de hacer, pensar antes de pensar. Es un acto reflejo, inconsciente por naturaleza. No sabemos porque, pero lo hacemos. (Y quizás sí me lo pregunto pero subconscientemente).
Es una especie de cuidado, de defensa. ¿De qué nos protegemos? Vaya uno a saber. A lo largo del tiempo y de la historia recibió diferentes nombres, pero siempre se refieren a un mismo concepto que no es reproducible con una palabra, o conjunto de ellas. Reputación. El qué dirán. Prestigio. Las formas. ¿Qué más da? Inevitablemente pensamos antes que nada.
Quizás como dijo un sabio extemporáneo: “pienso, luego existo”. Nuestras acciones repercuten por doquier. Y esa resonancia es gigantesca. Por todos lados hay ojos externos observando tu accionar. Sí, ¡tu accionar! Aunque te parezca insignificante. Miles de miradas se posan sobre tus actos como aves carroñeras que quieren alimentarse, que quieren ser más. Y no propongo que esta otra acción (la de observar) sea realizada apropósito o con un fin determinado, pero nace de cada persona como un acto involuntario. Es innato, quisiera agregar.
Las situaciones en las cuales se hace este examen exhaustivo de la alteridad son variables. No dependen de un momento, ni de un lugar, sólo se llevan a cabo. Creo, y me atrevo a decirlo porque me ha pasado, que la sensación que se apodera del observador es incontenible. La idea llega a tu mente y no podés frenar tu deseo. La represión no puede actuar, dejando el paso a la consumación del deseo.
Sos Vos y Tu deseo. Sos Vos y Tus reproches. Sos Vos y El otro. Sos Vos y todas aquellas cosas que les querés decir. Delimitar. Marcar. Resaltar. Porque, en definitiva, esa es la resolución única de cada momento. Poner de manifiesto que no estás de acuerdo, no considerás adecuado, o simplemente no te parece lo que hizo, dijo, pensó, imitó, quiso (y así incesantemente) la otra persona.
Como si fuésemos masa. Masa pegajosa que no se puede separar, y que de alguna manera, desea ser perfecta. Perfecta a su manera. Perfección que se traduce en cumplir con las obligaciones y hacer lo conveniente (entiéndase “lo mejor”) para todos. No es permitido ni un mínimo desliz, ni una queja. Debemos hacer lo que debemos, porque lo debemos hacer. ¿Lindo juego de palabras, no?
Pero es la cruda verdad. Todo el mundo (y cuando digo todo el mundo, me refiero a toda la gente que puede llegar a rodear a uno) espera cosas de nosotros, todo el tiempo. Hay una línea pespunteada, prediseñada por los demás, que cada uno debe seguir para completarla. Y es una línea tan delgada que no hay lugar al error, a correrse de ella. Es un sendero hacia la espera.
Y esa espera se traduce en una lluvia de reproches si uno no acierta, si toma un atajo, o si desea descansar un rato al lado del camino. Entonces, querido lector, quisiera concluir llevándolo a una reflexión:
Cada persona es un ser libre, que tiene la libertad de elegir qué hacer y cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Por eso mismo, me gustaría aconsejarle que antes de llevar a cabo un reproche, recriminación o crítica, piense dos veces antes de actuar. Sí, piense y luego exista. Porque cada persona merece su espacio para actuar.
Será que nunca me pregunto el porque de algunas cosas, pero… Siempre la acción que tiene primacía sobre nuestros actos es la de pensar. Debemos pensar. Pensar antes de hablar, pensar antes de hacer, pensar antes de pensar. Es un acto reflejo, inconsciente por naturaleza. No sabemos porque, pero lo hacemos. (Y quizás sí me lo pregunto pero subconscientemente).
Es una especie de cuidado, de defensa. ¿De qué nos protegemos? Vaya uno a saber. A lo largo del tiempo y de la historia recibió diferentes nombres, pero siempre se refieren a un mismo concepto que no es reproducible con una palabra, o conjunto de ellas. Reputación. El qué dirán. Prestigio. Las formas. ¿Qué más da? Inevitablemente pensamos antes que nada.
Quizás como dijo un sabio extemporáneo: “pienso, luego existo”. Nuestras acciones repercuten por doquier. Y esa resonancia es gigantesca. Por todos lados hay ojos externos observando tu accionar. Sí, ¡tu accionar! Aunque te parezca insignificante. Miles de miradas se posan sobre tus actos como aves carroñeras que quieren alimentarse, que quieren ser más. Y no propongo que esta otra acción (la de observar) sea realizada apropósito o con un fin determinado, pero nace de cada persona como un acto involuntario. Es innato, quisiera agregar.
Las situaciones en las cuales se hace este examen exhaustivo de la alteridad son variables. No dependen de un momento, ni de un lugar, sólo se llevan a cabo. Creo, y me atrevo a decirlo porque me ha pasado, que la sensación que se apodera del observador es incontenible. La idea llega a tu mente y no podés frenar tu deseo. La represión no puede actuar, dejando el paso a la consumación del deseo.
Sos Vos y Tu deseo. Sos Vos y Tus reproches. Sos Vos y El otro. Sos Vos y todas aquellas cosas que les querés decir. Delimitar. Marcar. Resaltar. Porque, en definitiva, esa es la resolución única de cada momento. Poner de manifiesto que no estás de acuerdo, no considerás adecuado, o simplemente no te parece lo que hizo, dijo, pensó, imitó, quiso (y así incesantemente) la otra persona.
Como si fuésemos masa. Masa pegajosa que no se puede separar, y que de alguna manera, desea ser perfecta. Perfecta a su manera. Perfección que se traduce en cumplir con las obligaciones y hacer lo conveniente (entiéndase “lo mejor”) para todos. No es permitido ni un mínimo desliz, ni una queja. Debemos hacer lo que debemos, porque lo debemos hacer. ¿Lindo juego de palabras, no?
Pero es la cruda verdad. Todo el mundo (y cuando digo todo el mundo, me refiero a toda la gente que puede llegar a rodear a uno) espera cosas de nosotros, todo el tiempo. Hay una línea pespunteada, prediseñada por los demás, que cada uno debe seguir para completarla. Y es una línea tan delgada que no hay lugar al error, a correrse de ella. Es un sendero hacia la espera.
Y esa espera se traduce en una lluvia de reproches si uno no acierta, si toma un atajo, o si desea descansar un rato al lado del camino. Entonces, querido lector, quisiera concluir llevándolo a una reflexión:
Cada persona es un ser libre, que tiene la libertad de elegir qué hacer y cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Por eso mismo, me gustaría aconsejarle que antes de llevar a cabo un reproche, recriminación o crítica, piense dos veces antes de actuar. Sí, piense y luego exista. Porque cada persona merece su espacio para actuar.
2 comentarios:
Me gustó mucho. perdón si hago un comentario vacío :O... pero hoy ni pienso ni existo. Mañana será otro día. Te quiero amiga de mi vida!
Beso
Te quiero mucho amiga... gracias por tu contención. Seguí con este emprendimiento literario. Me encantan tus producciones. Gracias por exisitir!
Publicar un comentario